Salvador está más grande cada día. No recuerdo mi niñez a menudo, pero recuerdo un día en especial.
Eran las 4:00 am y Don Prefacio estaba en pié. ¡Cámbiate rápido! -decía- Te espero afuera.
“Te espero” significaba: “Zarparé sin ti y tendrás que nadar para alcanzarme”.
Todas las mañanas era igual.
I
Era un hombre de avanzada edad y me había enseñado todo lo que sabía. Me cuidaba desde que tengo memoria, desde que la guerra se llevó al eslabón común entre ambos, desde aquel día en que prometimos no llorar.
A pesar de que la vida con el viejo era un poco dura, pensé que todo seguiría igual. Una mañana me besó la frente y zarpó a la eternidad, donde lo veré algún día.
“No estoy muerto- dijo- moriré cuando me hayas olvidado”.
“No lo haré”, me dije a mí mismo. Luego se perdió en el horizonte.
II
El viejo solía decirme que podía lograr todo lo que quisiera, me gustaría creerle. A veces me cargaba en sus hombros, siempre me lanzaba al mar.
Un golpe me despertó un día cualquiera y salí a ver qué pasaba. Al parecer los gringos habían decidido visitarnos porque estaban ganando la guerra. Yo, salí a ver, caí al suelo y pasé de ser un “hombre libre” a ser un esclavo más de Mr. Danger.
III
El senegalés y el boliviano me golpearon esa noche. Fui esclavo, me golpearon y me volví patrón. Todo en cinco minutos.
La vida como esclavo no fue tan dura ni tan larga. Mr. Danger me agarró cariño y, un buen día, me dijo que me adoptaba como su hijo. Michael, me llamaba.
IV
Mr. Danger se dio cuenta de mis habilidades. Competí dos veces en las Olimpiadas. “El monstruo en el agua”, me llamaban. A los treinta, me retiré.
Es indescriptible aquel momento.
Todos diciendo tu nombre, todos amándote en coro, TODOS, haciendo que el sueño parezca tan real…
Sí, tenía treinta; sí, nadaba muy bien; pero jamás salí de Monopoli.
El golpe que me despertó esa mañana era la fiesta que mi pueblo organizó. Yo desperté y volví a dormir, no me di cuenta. Y ésta noche he tenido el mismo sueño, y el mismo sabor amargo estaba ahí, al igual que la misma sonrisa hipócrita para fingir que me gusta ser pescador.
Pero, ésta vez, mi pequeño Salvador está conmigo y decidí que la vida en el mar no es tan pendeja si sabes vivirla. Sí, me hubiera gustado poder elegir, probar algo más, poder sentirme realizado.
Pero los ojos de mi hijo me hacen grande, su sonrisa me hace fuerte y su inocencia hace que lo de todo por él.
Ese 10 de Diciembre hacía frío, ese 10 de Diciembre el cielo llora, ese 10 de Diciembre desperté a mi hijo, ese 10 de Diciembre le enseñé a pescar.