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Llegado un momento más de desamor y duda sobre su existencia, Facundo se detuvo. Quiso analizar todos aquellos pasos en falso que había dado. Quiso sacar lo mejor de sí a través de la actividad, quizá, más pura del homo sapiens. Escribir.
Y empezó a recordar. Y empezó a revivir. Y decidió caminar con pasos seguros y en reversa a través de su vida. Para encontrar el punto exacto en que su humanidad se había fragmentado y vuelto la vida de alguien otro.
¿En qué punto, señor Facundo – (se decía a sí mismo)- dejamos de participar? ¿Cuánto de lo que somos, decimos o hacemos nos es impuesto y cuanto es albedrío nuestro? Y empezó a caminar hacia atrás. Para ver si así tenía la oportunidad de corregir el pasado antes de que la muerte lo alcance.
Visitó la partida de sus hijos al extranjero. Su segundo divorcio. Su primer divorcio. El nacimiento de su primer hijo. Su primer matrimonio. Cuando decidió abrir una empresa. Cuando perdió el trabajo. Cuando entró a trabajar. Cuando fue practicante de distintas firmas. Cuando terminó la universidad. A la segunda novia de universidad. La representación de alumnos. A la primera novia de universidad. Cuando entró a la universidad. La última novia de colegio. La última vez con el director. El último día en la playa con sus amigos. Su primer día de escuela.
Y se dio cuenta que el error fue nacer para hacer todo lo que los demás hacían. Del mismo modo en que todos lo hacían. Y que ya no tenía tiempo para corregir su pasado. Y que el andar para atrás le había tomado casi el mismo tiempo recorrido.
Entonces decidió pasar los últimos momentos mirando una y otra vez la misma puesta de sol y apreciando todas esas cosas que al morir jamás se llevaría pero que, para la estúpida gente de su círculo social, representaban quien era.
Considerando que mucha de su vida había sido impuesta. Suplicó a La Vida otra oportunidad para corregir las cosas. Suplicó por una segunda vida para hacer las cosas y que La Vida, a cambio, podría tomar cualquier cosa de él.
Entonces se manifestó La Vida delante de él y le dijo que aceptaba el trato. Le reencarnaría en un bebé para hacer todo como él quisiera esta vez; pero no le diría que parte de él se llevaría.
Ambos aceptaron el trato. Él se recostó sobre el heno mientras la vida lo transformaba en un bebé otra vez. Y, dibujando una sonrisa en su rostro, su cuerpo se volvió pequeño y se desprendió de sus ropas hasta quedarse desnudo. La Vida entonces le asignó una familia, para que cuide de él hasta que él por sí mismo pudiera. Y antes de despedirse, se cobró su parte del trato. “Tomar cualquier cosa de él”.
Y mientras el bebé sonreía, La Vida tomó su memoria.