Eran las 5:15 y Fabio, el único cuerdo entre nosotros, partió antes de que el sol se esconda.
Mi vida siempre fue aburrida. Luego del terremoto del 66 que me dejó sin casa y del golpe del 3 de octubre que me dejó sin vida, tuve que refugiarme en la biblioteca regional y trabajar ahí para pagar la renta. Un día cualquiera, Fabio llegó. Eran las tres de la tarde.
Solíamos reunirnos los jueves en un bar cercano a mi trabajo. Yo le hablaba de la vida, de cómo llegué a la biblioteca, de los sueños para el futuro. Él me contaba de Sofía y de lo importante que era ella para él. Nos gustaba discutir de realidad nacional y teníamos buenos planes para cambiar nuestras vidas. Un día cualquiera, conocimos a Mario, un gringo que hablaba raro y estaba de paso por nuestra ciudad. Se había extraviado en la selva unos meses tratando de encontrar El Dorado, tenía suerte de estar vivo y trabaja en el bar. Eran las diez de la noche.
Marito y Fabio, grandes tipos. Nuestras conversaciones siempre llenas de razón, de lógica, de conversación. Un día, Fabio no llegó. Mario empezó a comentarme una novela que estaba escribiendo y por la que yo no hubiera dado ni un sol. Así pasaron los días.
Fabio apareció como una semana después. Estaba asustado y muy frágil. Al parecer, su amada Sofía lo había abandonado y él, en su desesperación, había iniciado una relación con una suripanta de nombre Ania a la que decía haberse acostumbrado. Yo no le creí.
A la mañana siguiente, fuimos a buscar a Ania. Esa zorra nos estaba quitando a nuestro amigo. Mario pensó que lo mejor era ser cuidadosos, porque ella hace que pierdas la razón. Cuando encontramos a Ania ésta trató de seducirnos, no le importó que Fabio estuviera presente. Cogimos a Fabio y lo internamos en un Centro de rehabilitación, Ania llegó en la noche y se lo llevó.
El recuerdo de Sofía le daba momentos de lucidez. Aprovechamos uno de estos momentos y le hicimos entrar en razón. Al parecer, Fabio se había vuelto tan imbécil que no se daba cuenta que Ania no le convenía y poco a poco fue escuchando nuestros argumentos.
Fabio decidió que lo mejor era marcharse y vivir como un ermitaño, tenía miedo a Ania. Sofía llegó en el momento justo. Al parecer, el caos de la ciudad hacía que se extravíe pero el amor a Fabio la hizo volver. Eran las nueve de la mañana.
Mario se despidió de nosotros. Un tal Francis había leído su novela recién publicada, quería llevarla al cine y necesitaba su ayuda para hacer la adaptación.
En la tarde, Fabio y Sofía partieron, nunca más los volví a ver. Porque Fabio sin Sofía es cobardía y Sofía sin Fabio es descontrol. Ania tratará de estar con todos alguna vez y debemos estar despiertos para cuando ése momento llegue. La demencia ya me consumió y el miedo casi me jode la vida. La sabiduría entonces respaldó a mi miedo y mi demencia se fue a seducir a otros cuerpos. Y son las cinco de la tarde.