PIETRO EN LOS INFIERNOS

Ese día, que habría de ser el último en su vida, Pietro cogió sin ver las llaves del auto pero olvidó cerrar la llave del gas. Una noche antes, había intentado acabar con todo dejando la llave del gas abierta. Ensayando una de las maneras más estrambóticas de morir que rescató de algún video una semana atrás. Esa misma noche. No la noche de su muerte sino una antes, intentó prender un cigarrillo en la oscuridad y se quemó un dedo. La ampolla empezó a inflarse pero disminuyó rápidamente hasta convertirse en una mancha roja, molesta, pero al ras de la piel. Lo que llevo a Pietro a la siguiente reflexión: Quizá no tenía que morir todavía.

La idea de reflexión no duró mucho. Fue descartada por la máxima de que cada quien diseña su propio destino. Cada quien elige por que vivir. Cada quien debe elegir cuando muere. Entonces, pensó unos minutos en todas aquellas personas que hubiesen deseado una vida. También, en aquellas que malgastan su vida. Luego, en aquellas que aprovechan su vida. Y, finalmente, en las que tuvieron una vida que se terminó HOY y hubiesen deseado un día, vamos, un minuto más para asimilar su muerte o aprovecharse.

La idea de morir se había presentado en Pietro luego de que uno de los muchos médicos que van por ahí sin nada mejor que hacer que repartir malas noticias cual heraldos negros, le había comentado que le quedaban seis meses de vida seis meses atrás. Entonces, Pietro acababa de cumplir treinta y siete años y acababa de lograr también, después de muchos intentos fallidos, la consolidación de un consorcio tecnológico dedicado a realizar aplicativos móviles para empresas del sistema financiero internacional.

Asimismo, Pietro había asegurado su futuro y el de su familia (no toda su familia, sólo sus consanguíneos en vertical ascendente hasta el tercer grado) a partir de un par de negocios que más parecían apuestas a ciegas en los que había participado como inversionista invitado en un programa de concurso de universidad. Uno de los proyectos era de un par de jóvenes que buscaban la mínima suma de 5000 soles para comprar una máquina para hacer cerveza e iniciar así su negocio de bebidas artesanales. Pietro les propuso entonces darles 10000 a condición de que, si el negocio tenía éxito, recuperase 5000 en efectivo y los otros 5000 en porcentaje de acciones en participación. El segundo proyecto trataba sobre un pequeño dispositivo que detectara el impacto de una caída en bicicleta y reportara tal impacto (utilizando una unidad de medida que seguramente era «newtons») a la central de la aseguradora para que los ciclistas contratantes pudieran manejar mucho más tranquilos teniendo en cuenta que sus vidas estarían respaldadas si se enfrentaban a los indomables buses de la metropolis sobre sus amadas dos ruedas. El seguro también aplicaba a monociclos. A casi cualquier velocípedo en realidad.

Por esos meses, la gente le dijo que estaba loco y que si quería gastar su dinero también podía ir a las casas de juego. Pietro tomó el consejo como uno real y esa misma tarde, luego del concurso universitario, visitó al menos tres casas de apuesta distintas y ganó alrededor de 760 dólares luego de invertir diez. Mas tarde, no ese mismo día, sino que con el transcurrir de los meses, Pietro se dio con la sorpresa de que los dos proyectos en los que había invertido su dinero habían resultado todo un éxito y eran tendencias a nivel nacional, salvo el de seguros que ya era tendencia continental, al anunciarse su réplica en al menos tres países vecinos.

Con el dinero resultante de su inversión ya convertido en utilidades, dietas y demás nombres que los ricos utilizamos para evadir nuestra responsabilidad impositiva, Pietro invirtió por fin en un proyecto propio. Juntó a un grupo de inadaptados universitarios y se encerró con ellos en un departamento recién amoblado durante nueve meses. Y así, como la gestación de un bebé, el aplicativo germinó, creció y parió en funciones. Dejó de ser un feto numérico para convertirse en un lindo y robusto software financiero. Entonces, empezó la carrera por hacerlo crecer. Los gateos se dieron con una landing page creada a medias. Las primeras llamadas, hicieron las veces de los primeros pasos. La primera cita, la primera palabra. Y el SI, DE ACUERDO, empezó a darles de comer. Entonces era la hora de despedir gente en el equipo para concentrar las ganancias en unos cuantos y enviar a casa a los técnicos prescindibles. No, jamás, eso no hacen los amigos. Todos tomaron parte en la empresa y poco a poco fueron asumiendo funciones permanentes en el diario quehacer.

Un día como cualquier otro, en plena junta de inadaptados fieros. Nuevos ricos. Viejos conocidos. Pietro sintió lo que podría catalogarse en términos coloquiales como un mareo y un desmayo posterior y que en diagnóstico médico acabó por augurarle, luego de una semana de ensayos y revisiones, no más de seis meses de vida. ¿A qué se debía? No tenemos ni idea. Por lo que no abordaremos con mayor detalle el diagnóstico profesional.

Así pues, consciente de su estado y sintiéndose cada vez más culpable, Pietro intentó reponerse CON DROGAS. Pero no resultó. Días después, ya empezando a aceptarlo, decidió que sería mejor si disfrutaba los últimos seis meses de vida haciendo todo lo que nunca había podido hacer. Cuando le quedaban aproximadamente cuatro días antes del inevitable desenlace, pasó por su mente la cobarde idea de quitarse la vida. Pero la idea no germinó. Decidió salir de casa a despejarse un rato. Al retornar, presa de un estado más que deplorable, no pudo encontrar las llaves para entrar a casa. Rodeó la manzana entera para intentar penetrar por el patio pero equivocó el lugar. Entró, pues, a la casa de sus vecinos y al penetrar en la residencia las luces se encendieron. Los gritos y el tumulto no se hicieron esperar y terminaron alertando a toda la cuadra. Resolvió esconderse como pudo un instante y cuando todo parecía haberse silenciado, probó escapar en silencio entre los matorrales y la penumbra. De pronto, una sombra se aproximó a él. Una sombra que minutos antes había estado dormida. SE OYÓ UN DISPARO QUE HIZO VIBRAR NUEVAMENTE A TODA LA CUADRA. Todos apagaron sus luces en esa pequeña parte de la ciudad. Los patrulleros aparecieron en breve reavivando la conmoción vecinal. Llegaron hasta la residencia de los Pérez-Arredondo y encontraron el cadáver del joven de 37 años en el patio trasero de la casa en cuestión. Pietro había sido asesinado.

VERÓNIKA

Desde la inmensidad ficticia de su alcoba, le había estado observando los últimos meses. Lo encontraba más delgado pero también más propio. Más feliz, pero también más reservado. Desde que el se había mudado a esa pequeña parte del paraíso, ella lo había estado observando.

Verónika entonces tenía apenas 16 años pero soñaba con tener 18 y no tener ningún reparo moral o social o legal para entregarse a él. Él, sin embargo, habría obviado su presencia en más de una ocasión y había vivido tranquilo sin noticias de ella los últimos años de su vida. Pero ella no estaba enterada.

Ella lo seguía observando. Sentía el fuego entre sus piernas cuando aparecía. Y no porque el poseyera un físico único e indomable. O porque lo hubiese tenido entre sus fauces alguna vez en el pasado u otra vida. Él no era físicamente un modelo a seguir. Pero se mantenía con lo que tenía. Y al hablar.

Ella recordaba una vez en que cruzaron algunas palabras casi de improviso. Recordaba como cada palabra se había impregnado en su pecho con fuego y sangre. Recordaba cada corrección a cada idea suya, porque nadie, en el pasado, se había atrevido a criticarle. Ni sus profesores lo hacían porque tenía entre sus entrañas la fama de ser la chica más aplicada de la escuela secundaria. Pero él, que sabía demasiado, sin pudor o reparo se había atrevido a cuestionarle. Algunas noticias falsas que ella tenía sobre Trudeau. Algunos conocimientos vagos que ella tenía sobre Baudelaire. Algunas conclusiones erradas que ella tenía sobre Verlaine. Que si finalmente le disparó a Rimbaud. Que si hubiese hecho lo mismo cualquiera en el lugar de él.

Ella intentó ponerse firme sobre sus argumentos. Pero él le dijo que se callara y que mejor fuese a consultar sus fuentes antes de hablar con él. Pero lo dijo de una manera tan perfecta. Que ella no opuso resistencia y esa misma tarde fue a consultar sus fuentes. Él entonces recordó que había tenido, en algún momento de su vida, apreciaciones similares en relación a esos mismos personajes, salvo Trudeau que es relativamente nuevo incluso para el momento en el que se escriben estas líneas.

Horas más tarde de ese memorable encuentro, él volvió a casa y ella lo esperaba en el patio trasero.

-Busqué acerca de Rimbaud- le dijo.

-No me interesa, es muy tarde para que una chica de tu edad esté despierta, con esa ropa, y afuera.

Pero ella no había reparado en su ropa, y para no quedar como una improvisada o despistada o fronteriza, atinó a desabrocharse el cinto que sostenía las hojas de seda y en el instante el el que lo hacía le preguntó.

-¿Prefieres verme así ahora?

-¿Que haces, mocosa?- Respondió él fingiendo pudor sobre la vehemencia de la señorita.

-¡Responde!- añadió ella- ¿Prefieres que me quede así y grite para que despierten todos?

Él intentó callarla y atinó a aproximarse. La abrazó como quien intenta apagar el fuego con una frazada. La abrazó hasta apagar el fuego interno que nacía de sus entrañas y se extendía hasta cada parte de su cuerpo . Él, desprovisto de más armas que su superioridad física y su poder de convencimiento, la llevó hasta la entrada trasera de su casa y la convenció de pasar a su alcoba. Ella decía que ya estaban dentro y que podía pasar lo que él quisiera. Pero el le dijo que estaba cansado y que todo lo que ella en apariencia concebía como una buena idea, tal vez no lo era del todo. Que mejor era que se acueste y pensase y que mañana podían hablar. Ella tardó en aceptarlo. Demoró en procesarlo. No llegó a entenderlo. Concibió la reacción de él como un rechazo infame. Se vio entregándolo todo y a él rechazándola grave.

No lo pudo tolerar. Permaneció en su habitación, desnuda, toda la noche. Llorando. Él hace mucho rato que ya se había alejado. Verónika había sido siempre la que rechazaba. En una ocasión, un tipo de éstos yupis que pretenden hacerse los winners, mandó a escribir su nombre en el cielo. Ella ni si quiera lo vio. Y ahora, la partida le jugaba en contra. El viento no soplaba a su favor.

Aunque en el fondo a Pietro le parecía atractiva por las pocas veces que la había visto al punto que llegó a valorar la posibilidad de follársela en el instante en que la vio desnuda. No reaccionó. Eran otras las prioridades que lo apresaban. Era otro el rumbo que tenía trazado. Y la idea de su fatídico y próximo final. ¿Qué pasaría si accedía y la niña se hacía un mundo de ilusiones con él y él, a la larga, tendría que dejarla, al menos, corpóreamente? ¿Era justo? ¿Era justo que una niña de 16 años se enfrentase a ese hecho de perder su primera ilusión por la arbitrariedad de la muerte? No.

Ella no lo entendería aún. Pero quizá era lo mejor que podía haberle pasado. Por el contrario, ella empezó a anidar en su ser una cierta animadversión hacia él. No lo toleraba. Aunque las enseñanzas de las monjas le hacían también sentir culpa, crecía en su ser una incontrolable sed de venganza contra el único sujeto que osó rechazarla.

Mientras todo ésto pasaba, Galia observaba desde su habitación. Pietro, luego de dejar a Verónika en su alcoba, decidió salir por la puerta de enfrente y el cuarto de Galia daba a la parte posterior de la casa. Lo suficientemente posterior para ver el espectáculo de desnudo. Lo suficientemente apartado para no ver el posterior rechazo. Galia era y es la hermana mayor de Verónika. Con 32 años a cuestas era, a diferencia de su hermana, moral, legal y socialmente aceptable para tener algo con Pietro. Y de hecho algo tenían, desde hacía algún tiempo.

A veces, cuando había oportunidad de salir, pero sobre todo cuando su familia salía; Galia no tardaba en llamar a Pietro y a pasar interminables horas con él conversando y viendo alguna película en la pasividad de su alcoba. Una de esas tantas noches había decidido que era tiempo de dar el siguiente paso y mientras él servía un par de tragos ella subió el volumen al amplificador que ayudaba a provocar un efecto surround para ver la película, como anticipándose a conseguir una herramienta que ocultase los gemidos (sus posteriores gemidos) para toda la población. Cuando el servía los tragos, ella hizo que él derramara un poco de uno de los vasos sobre ella. Y con una seguridad aterradora e indomable dijo:

-Tengo que quitarme esto o me voy a resfriar- y procedió a quitarse hasta lo que no se había mojado.

Ambos terminaron mojados después de todo. Luego, repitieron la hazaña una y otra vez durante los meses posteriores hasta que él dejó de hablarle y visitarla sin ninguna razón aparente y ella empezó a sospechar que quizá había otra mujer en su vida. Relacionó esas conclusiones del pasado con la escena que acababa de presenciar. Tal vez él había ya dejado de pensar en ella. Tal vez, su hermana menor era esa otra mujer…

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