Así como llegaron las huestes del desierto, así se despejó la brisa que nos envolvía. Ya nada iba a ser igual que antes, la nada dominaba nuestros días.
I
Camino a casa, el estudiante de décimo ciclo levantó una caja del suelo. Nadie estaba alrededor y nadie habría de levantarla nunca. Sólo él.
Con el paso de los años, los habitantes del planeta Sum, recordaríamos y odiaríamos el instante en que se levantó esa caja.
El estudiante llegó a casa y la abrió. Se puso a jugar con lo que estaba dentro y los muertos salieron de repente y se pusieron a conversar con él y tocar las cosas de su habitación. Entonces el decidió que podía hacer fortuna con la caja y decidió trabajar en los tribunales invocando a las víctimas de homicidio y testigos involuntarios desaparecidos para dar la declaración cierta de los hechos que representaban sus muertes.
La Eutaquija empezó entonces a operar y las sabias manos del estudiante se fueron haciendo más tontas. Ya no sólo traficaba con las almas, sino que también les permitía ser libres para siempre a cambio de mentir en una declaración.
Entonces, los habitantes del planeta Sum, descubrimos como se corrompen las almas, como los cuerpos, pero de manera más escandalosa.
Ochenta años después, el estudiante murió y los nuevos poseedores de la caja juraron no traerlo nunca por su maldita avaricia, ya que era un alma corrupta desde ante de conocer la Eutaquija.
II
Doscientos años después de que el estudiante cogiera esa maldita caja del suelo camino a casa, los estados del mundo corrigieron la historia y se adueñaron de la Eutaquija sin mayor problema.
La Eutaquija se encontraba entonces en uno de los recintos secretos de la ONU, custodiado por un grupo de élite financiado por el G1. Todos sabían que era el G1, todos se conocían a todos, pero las cosas nunca mejoraron. Muchos hackers y centinelas murieron en vano porque, de alguna manera, la victoria no se encontraba en la revelación sino que vivir engañados, en parte, hubiera sido mejor para los habitantes del extinto en su momento.
Pero bastó que uno de los estados robara la maldita caja. Bastó que las miles de almas de un pueblo se corrompieran de nuevo dentro de la corrupción misma que ya era la naturaleza del nuevo régimen, para iniciar la guerra de los estados más grande que jamás había existido.
Los tercermundistas nos dejaron primero. A nadie le interesaba colonizar ni poseer más, que la amada Eutaquija, diosa del régimen y de la vida como, en historia, la conocemos.
Habría que ver si valió la pena tanta masacre en el mundo, pero, lo cierto, es que ante tanta maldad, la Eutaquija era la única cosa buena por naturaleza.
Cuando todo se destruyó, cuando todo quedó oscuro, las huestes del desierto marcharon hacia lo desconocido. La Eutaquija se destruyó a sí misma, pues no soportaba lo que se había generado en su nombre.
III
Muchas purificaciones atrás, lo que en la medición antigua del tiempo se asemejaría a miles de billones de años en el mismo planeta Sum, una civilización pensó en la forma de ser inmortal. La suma de sus aspiraciones configuró la Etaquija, y nadie habría de recordar nada de eso, más que los curiosos viajeros del tiempo.
Así se creó nuestro mundo, así están diseñadas las civilizaciones que en nuestra realidad son.