Cansado y con la poca batería que me queda, escribiré.
Acabo de conocer a alguien que me ha llamado mediocre. Alguien, que jamás conoceré y que no sabrá de mí porque está muerto.
Más temprano, en la tarde de ayer, no fui capaz de esperar más allá de quince minutos a una mocosa engreída que me gusta un poco y pensé en cómo sería el mundo de algunos si yo pudiera desaparecer.
I
Rodrigo Blanco trató de recitar “El loco” de Juan Guridi frente a la clase, y yo no estaba. Carmela Socco hizo una torta de chocolate que pretendía invitarme y que yo no podría saborear. Y así, muchos cercanos y lejanos a mi alma, trataron ese día de acercarse a mí, sin que yo estuviera porque yo había desaparecido. Porque yo quería desaparecer.
Es inexplicable, casi ilógico, como puedo narrar hechos y acciones de momentos de los que no he participado y, lo cierto, es que yo tampoco lo tengo muy claro.
II
Al día siguiente, es decir, mañana, todos se preguntarán que hice y hacia donde me fui, y yo, me quedaré en silencio. Entonces comprenderé que estaba más ligado a ellos incluso más de lo que yo pensaba y ellos comprenderán que sin mí pueden vivir sus vidas, pero no se darán cuenta sino hasta que me hayan olvidado.
III
Hacia el atardecer, una semana después de mi regreso, cuando mi momento de lucidez o sombra de éxtasis insoportable se haya esfumado por completo, quizá retorne de entre las sombras y salude. Pero ellos renegarán más por mi vuelta que por mi partida y se alegrarán por la calma de su curiosidad más que por la confortable idea de mi aparente salud.
Entonces sabré que no hay amigos.