“No, no agradezcas y no me mirés así, vete rápido por favor.”
Mientras me vestía, Zoraida me echaba elegantemente. Pero era tarde. Cuando salí del cuarto, me topé con la mirada penetrante de Don Jorge, el único hombre que había confiado en mí, y con el frío acero de su Pietro Beretta tocando mi sudorosa frente.
I
Es bonito recordar, yo ya no lo hacía a menudo. Mi estancia en Córdoba había sido un poco dura al principio, pero mi capacidad para hacer amigos había dado sus frutos lejos de mi país.
A veces me hacía el mojigato para quedarme a dormir en las capillas. Tomando sólo vino y agua bendita las noches se pasan muy lento, pero San Marlboro puede ser muy milagroso. A la mañana siguiente, el confesionario, mi cuarto, olía a pesadilla de drogadicto.
No pasó mucho tiempo para que mis ansias animales por la lectura me jodieran la vagancia perpetua a la que me estaba condenando mi triste realidad económica como inmigrante. Y pensar que cuando niño les tiraba mis juguetes a los malabaristas que se zurraban en los policías de tránsito, y ahora yo era uno de ellos. Carajo, muerte, llévame por favor.
II
Un día cualquiera, Zoraida me recogió y yo la re-cogí también a ella. Luego de imitar a Hefner en la casa de una cuarentona, ésta me empezó a agradar. No era la primera tía que me tiraba para tener una semana más de vida, pero, ésta vez, la cosa era diferente. Sería su cabello, su sonrisa o sus gemidos revientatímpanos, no lo sé. Esta tía me agradaba y yo le agradaba a ella. Me invitó un matecito, me presentó a su esposo y cuando me di cuenta, ya era de la familia. Putamadre jugador, siempre caes parado.
III
Don Jorge me quería como a su hijo, un problema prostático no lo dejaba ser esposo a tiempo completo, ¿había que castigarlo por eso? No verdad, por eso Zoraida recibía el castigo por él, valientemente.
Éste Don Jorge era bueno. Me llevó a la universidad, me compró ropa, me dio un cuarto en su casa y era la primera persona seria que había conocido. Se podía hablar de todo con ese señor. Política, filosofía, artes, música, tetas, fútbol, de todo. El fettuccine era agradable con Don Jorge, el fetiche era glorioso con Zoraida, qué más podía pedir.
IV
Un día cualquiera, Don Jorge llegó temprano del estudio y escuchó voces, gritos pues. Aunque habían pasado años, esos gemidos eran inconfundibles para él y esperó un largo rato sin hacer ruido tras la puerta de su habitación. Yo salí y él me hizo sudar de miedo, pasé de ser un león a ser un gatito techero.
“¿Así me pagás?”- me dijo, iracundo y con lágrimas en los ojos- “¿Así me pagás?, contesta! ¡Contestá zarpado de mierda!”.
Yo permanecí mudo y Don Jorge me mandó al carajo. Yo salí corriendo de ahí. Escuché llanto, escuché bulla, escuché bala, escuché los sesos de Don Jorge tocando el rostro de Zoraida. Prendí mi moto, su moto, la moto que él me regaló. La prendí y me fui.
V
Cinco años después, escribo esto antes de madurar. Mi novia dio a luz ayer y yo me gradué la semana pasada. Quería contarte esto porque, aunque me porté como un cobarde, tú sabes que eso es parte de la edad estúpida. La misma que meterá en drogas a mis hijos, la misma que está jodiendo tu país ahora, la misma que llena antros. Ésa que cierra bibliotecas, ésa que te imprime la mierda que lees a diario.
La misma, que te hace ser quien eres, querido lector.