El lunes, otra vez nos vemos. Las miradas no son constantes pero hablamos. Las conversaciones no son largas ni nosotros somos elocuentes antes de las quince horas y la mayor cantidad de palabras se intercambian pasadas las diecinueve.
El martes, nos visitamos, al igual que el jueves. Hay más momentos tranquilos pero un trabajo constante que sólo deja respondernos, por momentos, de manera fugaz aunque con algunos destellos de sinceridad latente.
El miércoles es igual que el lunes y el viernes casi no nos vemos, pero al final de la tarde, casi cuando empieza la noche, depende. Si hay planes, depende, si no hay nada, algo sale, y caminamos un poco y conversamos estando presentes aunque con intermitencias dadas por las sustancias que, a veces, introducimos en nuestro torrente.
El sábado a penas nos saludamos a través de mensajes cortos que casi no obtienen respuesta. No nos respiramos ni nos vemos ni nos olemos.
Toda la semana nos tratamos pero el domingo no nos conocemos.